La Bolsa
Ahí para las almas propicias a abrirse, una hora deliciosa que sobreviene en el momento en que la noche no ah llegado todavía y el día ya se fue. El silencio que reina casi siempre en dicho instante le hace especialmente mas caro al artista, si se trata de un cuadro, los personajes que representan parecen hablar y andar: las sombras se hace sombras, la luz es luz, la carne vive, los ojos se mueven, la sangre corre por las venas los paños se tornasolan.
En esta hora de magia, un joven pintor, hombre de talento y que no veía en el arte sino el arte mismo, estaba subido en lo alto de una escalera de mano que le servia para pintar un grande y alto lienzo casi terminado. Llegó la noche y creyéndose ya en el suelo, cayó y chocó su cabeza contra un taburete, perdió el conocimiento y permaneció inmóvil por un tiempo. Cuando abrió los ojos oyó el cuchicheo de dos mujeres y sintió dos tímidas manos entre las cuales reposaban su cabeza, recobró pronto el conocimiento y pudo distinguir la mas deliciosa cabeza de muchacha que jamás había visto, la frescura de las sienes, la regularidad de las cejas, la pureza de las líneas, la virginidad impresa fuertemente en todos los rasgos de aquella fisonomía, la cintura era flexible y delgada, su vestido no revelaba ni la fortuna ni la miseria. Al volver en sí, el pintor expreso admiración con una mirada de sorpresa.
Luego acabó por ver a una mujer anciana que sostenía una lámpara dándole consejos a la desconocida.
-Señor- contesto la muchacha a una de las preguntas hechas por el pintor- mi madre y yo hemos oído el ruido de vuestro cuerpo sobre el piso y nos apresuramos al subir, y os hemos visto tendido en el suelo sin movimiento, mi madre fue a buscar cuanto hacía falta para reanimarlo- Me siento muchísimo mejor- respondió el pintor.
La joven miraba de reojo las pinturas y los cuadros del taller. Ahí que añadir que solo desde hacía pocos días había instalado un taller en las buhardillas de aquella casa, la más llena de barro de la calle de Suresne. Habiéndole proporcionado celebridad a su talento y siendo uno de los artistas preferidos en Francia, empezaba ya a no conocer la necesidad. Mas tarde, un día, había recibido la cruz de la legión de oro. Los mismos artistas reconocían a Schinner . Su madre a la que le contó su aventura curo de nuevo su herida, Hipólito permaneció 3 días en la casa, durante su reclusión su imaginación le recordó el rostro de la madre o sentía aún las manos de la muchacha. Esta muchacha que llevaba el nombre de Adelaida había despertado mil simpatías en el joven pintor. Permaneció hasta muy tarde en su taller, hacia las 7 y bajó a casa de sus vecinas. La señora conocida como Leseigneur vino ella misma a abrir la puerta y al ver al pintor lo saludó. –Vengo a daros las gracias por los cuidados solicitados que me habéis prodigado y especialmente a la señorita que me oyó caer- dijo Schinner.
Sería bastante difícil describir la conversación que tuvo lugar entre aquellas tres personas, interrogando al joven acerca de los procedimientos materiales de su arte y sus estudios, Adelaida y su madre supieron animarle a hablar, en medio de la conversación aprovechó la ocasión de hablar de los retratos en general, para tener el pretexto de examinar el espantoso pastel del que todos los colores habían palidecido y dijo –Señora ¿Querríais trasladar esta imagen al lienzo? Quedara más sólidamente fijada que ahora lo está sobre ese papel. La señora Leseigneur aceptó sin entusiasmo ni pensar, pues era su esposo el señor Rouville que murió en Batavia. Adelaida levantándose al rumor de un coche que se detenía, abrió la puerta y el chasquido de un beso recibido y devuelto resonó en el corazón de Hipólito, el personaje se adelantó galánmente hacia la baronesa de Rouville, le besó la mano y se sentó a su lado, el otro saludó y se coloco cerca de su prototipo.-Aquí tenéis a nuestro vecino- le dijo la anciana señora señalándole a Hipólito.-Ciertamente-dijo-, eh oído hablar mucho de sus cuadros en el último salón, Hipólito balbució palabras de agradecimiento y se sumió de nuevo en su silencio, el joven pensó que era la hora de retirarse, saludó a la baronesa, a su hija, a los desconocidos y salió.
Al día siguiente el joven pintor experimentó el deseo de volver a ver a Adelaida, bajó y llamó, ruborizándose pidió tímidamente el retrato del barón de Rouville. Cuando la joven se encontró sola con el pintor le lanzó una de esas miradas inteligentes que son el más dulce lenguaje del amor. Ambos habían experimentado durante aquel rápido instante una conmoción. Hipólito volvió a su taller armado de aquel retrato, trabajando en él hasta la hora de la cena, volviendo esa misma noche a la casa de la baronesa permaneciendo ahí desde las 9 hasta las 11. Transcurrieron así 8 días, durante los cuales los sentimientos de Adelaida y el pintor sufrieron esas deliciosas y lentas transformaciones, ambos reían, charlaban y hablaban de si mismos, los dos enamorados sabían que se pertenecían el uno al otro.
Empleó dos meses en hacer el retrato y cuando estuvo acabado lo miro como una de sus mejores obras. Un día Adelaida subió por primera vez sola al taller de Hipólito con el pretexto de poder ver el cuadro se quedó muda e inmóvil, sin poder decir una palabra ,dos lágrimas habían caído de sus ojos, Hipólito la cubrió de besos, la joven se apartó lentamente de Hipólito y dijo: - Vais a hacer a mi madre muy dichosa.
Hipólito cenó por primera vez con la baronesa y su hija fue festejado y cumplimentado por la señora de Rouville con una cordialidad extraña. Por la noche un antiguo camarada del barón de Rouville le hizo a sus dos amigas una visita, a la vista del retrato exclamó: “daría con gusto 500 monedas por verme tan parecido como lo está mi viejo Rouville!”. El pintor observó en la señora un deseo tan ardiente por las ganancias que se preguntó ¿me engañaran? .Había sacado una bolsa, con el fin de pagar a Adelaida, puso su bolsa sobre la mesa, y apenas había bajado algunos escalones, cuando se acordó de haber olvidado su dinero sobre la mesa y volvió a entrar.
-He dejado mi bolsa- le dijo a la joven.
-No- contesto ella enrojeciendo.
El robo era tan flagrante que Hipólito ya no podía seguir dudando acerca de la moralidad de sus vecinas, su memoria cruel le recordaba a cada momento la fatal verdad. Al día siguiente por la mañana, se levantó sin haber dormido, el dolor del corazón, esa grave enfermedad del corazón había logrado en él enormes progresos.
Volvió a su taller, pasó por delante de la puerta de la morada de Adelaida y sintió un dolor de corazón, amaba tan apasionadamente a la señorita de Rouville, que a pesar del robo de la bolsa, la adoraba todavía, Hipólito se sentó en su taller y contempló su cuadro sin hacer nada en él, no viendo sus figuras sino a través de algunas lágrimas que le brotaban de sus ojos.
Avergonzado por haberse resistido por una semana a los impulsos de su corazón, acudió aquella misma noche a casa de la señora de Rouville, todas las sospechas y malos pensamientos habían desvanecido. Adelaida le lanzó una mirada llena de melancolía, una mirada triste y de desaliento que le hizo daño.
- Sin duda habéis trabajado mucho- dijo la señora anciana, nosotras tenemos culpa de vuestra relación, te hemos retrasado muchos cuadros importantes- -Sí-dijo-, eh estado muy ocupado, pero eh sufrido…
Al oír esas palabras, Adelaida levantó la cabeza, miró a su enamorado y sus ojos no le reprocharon nada. Al ver aquellos dos rostros tan nobles y tranquilos, se avergonzaba y atribuía la pérdida de su bolsa a alguna casualidad desconocida. Adelaida saboreaba una dicha tan perfecta y tan dulce, fue interrumpida por una frase de la baronesa: ¿Hacemos nuestra partida? .Sentóse el a la mesa del juego, queriendo sacar dinero del bolsillo del pantalón, el pintor retiró sus manos de encima de la mesa y vio entonces delante de el una bolsa que Adelaida había puesto y conteniendo sus quince luises, estaba bordada en perlas de oro, Los cordones y los colgantes, todo revelaba el buen gusto de Adelaida. Algunas lágrimas viniéronle a los ojos, se levanto por impulso irresistible, cogió a Adelaida en sus brazos, la estrechó contra su corazón y le arrebató un beso.
Ahí para las almas propicias a abrirse, una hora deliciosa que sobreviene en el momento en que la noche no ah llegado todavía y el día ya se fue. El silencio que reina casi siempre en dicho instante le hace especialmente mas caro al artista, si se trata de un cuadro, los personajes que representan parecen hablar y andar: las sombras se hace sombras, la luz es luz, la carne vive, los ojos se mueven, la sangre corre por las venas los paños se tornasolan.
En esta hora de magia, un joven pintor, hombre de talento y que no veía en el arte sino el arte mismo, estaba subido en lo alto de una escalera de mano que le servia para pintar un grande y alto lienzo casi terminado. Llegó la noche y creyéndose ya en el suelo, cayó y chocó su cabeza contra un taburete, perdió el conocimiento y permaneció inmóvil por un tiempo. Cuando abrió los ojos oyó el cuchicheo de dos mujeres y sintió dos tímidas manos entre las cuales reposaban su cabeza, recobró pronto el conocimiento y pudo distinguir la mas deliciosa cabeza de muchacha que jamás había visto, la frescura de las sienes, la regularidad de las cejas, la pureza de las líneas, la virginidad impresa fuertemente en todos los rasgos de aquella fisonomía, la cintura era flexible y delgada, su vestido no revelaba ni la fortuna ni la miseria. Al volver en sí, el pintor expreso admiración con una mirada de sorpresa.
Luego acabó por ver a una mujer anciana que sostenía una lámpara dándole consejos a la desconocida.
-Señor- contesto la muchacha a una de las preguntas hechas por el pintor- mi madre y yo hemos oído el ruido de vuestro cuerpo sobre el piso y nos apresuramos al subir, y os hemos visto tendido en el suelo sin movimiento, mi madre fue a buscar cuanto hacía falta para reanimarlo- Me siento muchísimo mejor- respondió el pintor.
La joven miraba de reojo las pinturas y los cuadros del taller. Ahí que añadir que solo desde hacía pocos días había instalado un taller en las buhardillas de aquella casa, la más llena de barro de la calle de Suresne. Habiéndole proporcionado celebridad a su talento y siendo uno de los artistas preferidos en Francia, empezaba ya a no conocer la necesidad. Mas tarde, un día, había recibido la cruz de la legión de oro. Los mismos artistas reconocían a Schinner . Su madre a la que le contó su aventura curo de nuevo su herida, Hipólito permaneció 3 días en la casa, durante su reclusión su imaginación le recordó el rostro de la madre o sentía aún las manos de la muchacha. Esta muchacha que llevaba el nombre de Adelaida había despertado mil simpatías en el joven pintor. Permaneció hasta muy tarde en su taller, hacia las 7 y bajó a casa de sus vecinas. La señora conocida como Leseigneur vino ella misma a abrir la puerta y al ver al pintor lo saludó. –Vengo a daros las gracias por los cuidados solicitados que me habéis prodigado y especialmente a la señorita que me oyó caer- dijo Schinner.
Sería bastante difícil describir la conversación que tuvo lugar entre aquellas tres personas, interrogando al joven acerca de los procedimientos materiales de su arte y sus estudios, Adelaida y su madre supieron animarle a hablar, en medio de la conversación aprovechó la ocasión de hablar de los retratos en general, para tener el pretexto de examinar el espantoso pastel del que todos los colores habían palidecido y dijo –Señora ¿Querríais trasladar esta imagen al lienzo? Quedara más sólidamente fijada que ahora lo está sobre ese papel. La señora Leseigneur aceptó sin entusiasmo ni pensar, pues era su esposo el señor Rouville que murió en Batavia. Adelaida levantándose al rumor de un coche que se detenía, abrió la puerta y el chasquido de un beso recibido y devuelto resonó en el corazón de Hipólito, el personaje se adelantó galánmente hacia la baronesa de Rouville, le besó la mano y se sentó a su lado, el otro saludó y se coloco cerca de su prototipo.-Aquí tenéis a nuestro vecino- le dijo la anciana señora señalándole a Hipólito.-Ciertamente-dijo-, eh oído hablar mucho de sus cuadros en el último salón, Hipólito balbució palabras de agradecimiento y se sumió de nuevo en su silencio, el joven pensó que era la hora de retirarse, saludó a la baronesa, a su hija, a los desconocidos y salió.
Al día siguiente el joven pintor experimentó el deseo de volver a ver a Adelaida, bajó y llamó, ruborizándose pidió tímidamente el retrato del barón de Rouville. Cuando la joven se encontró sola con el pintor le lanzó una de esas miradas inteligentes que son el más dulce lenguaje del amor. Ambos habían experimentado durante aquel rápido instante una conmoción. Hipólito volvió a su taller armado de aquel retrato, trabajando en él hasta la hora de la cena, volviendo esa misma noche a la casa de la baronesa permaneciendo ahí desde las 9 hasta las 11. Transcurrieron así 8 días, durante los cuales los sentimientos de Adelaida y el pintor sufrieron esas deliciosas y lentas transformaciones, ambos reían, charlaban y hablaban de si mismos, los dos enamorados sabían que se pertenecían el uno al otro.
Empleó dos meses en hacer el retrato y cuando estuvo acabado lo miro como una de sus mejores obras. Un día Adelaida subió por primera vez sola al taller de Hipólito con el pretexto de poder ver el cuadro se quedó muda e inmóvil, sin poder decir una palabra ,dos lágrimas habían caído de sus ojos, Hipólito la cubrió de besos, la joven se apartó lentamente de Hipólito y dijo: - Vais a hacer a mi madre muy dichosa.
Hipólito cenó por primera vez con la baronesa y su hija fue festejado y cumplimentado por la señora de Rouville con una cordialidad extraña. Por la noche un antiguo camarada del barón de Rouville le hizo a sus dos amigas una visita, a la vista del retrato exclamó: “daría con gusto 500 monedas por verme tan parecido como lo está mi viejo Rouville!”. El pintor observó en la señora un deseo tan ardiente por las ganancias que se preguntó ¿me engañaran? .Había sacado una bolsa, con el fin de pagar a Adelaida, puso su bolsa sobre la mesa, y apenas había bajado algunos escalones, cuando se acordó de haber olvidado su dinero sobre la mesa y volvió a entrar.
-He dejado mi bolsa- le dijo a la joven.
-No- contesto ella enrojeciendo.
El robo era tan flagrante que Hipólito ya no podía seguir dudando acerca de la moralidad de sus vecinas, su memoria cruel le recordaba a cada momento la fatal verdad. Al día siguiente por la mañana, se levantó sin haber dormido, el dolor del corazón, esa grave enfermedad del corazón había logrado en él enormes progresos.
Volvió a su taller, pasó por delante de la puerta de la morada de Adelaida y sintió un dolor de corazón, amaba tan apasionadamente a la señorita de Rouville, que a pesar del robo de la bolsa, la adoraba todavía, Hipólito se sentó en su taller y contempló su cuadro sin hacer nada en él, no viendo sus figuras sino a través de algunas lágrimas que le brotaban de sus ojos.
Avergonzado por haberse resistido por una semana a los impulsos de su corazón, acudió aquella misma noche a casa de la señora de Rouville, todas las sospechas y malos pensamientos habían desvanecido. Adelaida le lanzó una mirada llena de melancolía, una mirada triste y de desaliento que le hizo daño.
- Sin duda habéis trabajado mucho- dijo la señora anciana, nosotras tenemos culpa de vuestra relación, te hemos retrasado muchos cuadros importantes- -Sí-dijo-, eh estado muy ocupado, pero eh sufrido…
Al oír esas palabras, Adelaida levantó la cabeza, miró a su enamorado y sus ojos no le reprocharon nada. Al ver aquellos dos rostros tan nobles y tranquilos, se avergonzaba y atribuía la pérdida de su bolsa a alguna casualidad desconocida. Adelaida saboreaba una dicha tan perfecta y tan dulce, fue interrumpida por una frase de la baronesa: ¿Hacemos nuestra partida? .Sentóse el a la mesa del juego, queriendo sacar dinero del bolsillo del pantalón, el pintor retiró sus manos de encima de la mesa y vio entonces delante de el una bolsa que Adelaida había puesto y conteniendo sus quince luises, estaba bordada en perlas de oro, Los cordones y los colgantes, todo revelaba el buen gusto de Adelaida. Algunas lágrimas viniéronle a los ojos, se levanto por impulso irresistible, cogió a Adelaida en sus brazos, la estrechó contra su corazón y le arrebató un beso.
